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«Mi cancer es peor»… las palabras y la enfermedad

El cáncer, las emociones y la importancia de un uso correcto de las palabras ante esta enfermedad, «porque el lenguaje se aproxima o hiere, tranquiliza o crispa». Artículo para EFEsalud de Pilar Úcar Ventura, escritora y profesora de Lengua en la Universidad de Comillas de Madrid y paciente recuperada de leucemia mieloide aguda.

Por Pilar Úcar, escritora y profesora de Lengua en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid.

«Un mes me lo vas a decir…»; she, parece que se trata de un pugilato, que entramos en lid para ver quién se lleva la palma en esto del cáncer. El estado de animo de un paciente de cancer oscila entre extremos, es dificil encontrar el punto medio, la grisura de una enfermedad que a todos asusta. Esa es una excepción.

Es entonces, al oír el diagnóstico, cuando nuestro cerebro se pone a trabajar a toda máquina, en alerta las neuronas, preparas las dentritas a ver qué nos dicen, a ver qué pasa.

Aí compran inusitado interes y curiosidad las palabras, frases y expresiones…puro reflejo del batiburrillo de emociones, sentimientos. Colapsar. Vacío cósmico y pánico en escena.

De la rabia a la tranquilidad, de la ira al abatimiento, de la esperanza a la zozobra en un trasiego que nos hace desvariar; descarrilamos a velocidad de crucero porque perdemos pastel; la realidad se desvanece y ahora entramos en otra dimension.

Tecnicismos, palabros, -itis e –ismo…”Pero, ¿me voy a morir?”… Medicamentos, tratamiento, tiempo, poco a poco, vamos a ver, empezamos… Una olla exprés en plena ebullición.

Comparaciones con alguien que conocemos, recuerdos de personas que ya lo han pasado, actitudes beligerantes…queremos ser protagonistas de nuestra historia, y por supuesto, «mi cáncer es peor» que el tuyo, como si hubiera un ranking.

Oimos de todo ya todos. Siempre existen almas candidas que animan: «ya verás, después de tu leucemia,
van a cambiar tus valores”. Una se encuentra tan «aplásica» que no tiene fuerzas ni para responder a la enfermera, cuya intención era buena, claro, pero la formulación de sus palabras, ofende hasta la medula (esa que no funciona y que necesita un trasplante).

Se produce l’esprit de l’escalier, vamos, que si me la encuentro otra vez le largo: «y tú, ¿qué sabes apropiado eran mis valores antes?»

O en el hospital de día alguien que comenta: “bueno, todavía tienes un pecho; no los necesitamos…”. Ya hemos establecido la escala del 1 al 10 por orden de relevancia qué cáncer es benigno o menos pernicioso.

“No me vengas con tonterías”…¡¡Qué importante es el lenguaje en nuestra vida!! Su empleo correcto, aproxima o hiere, tranquiliza o crispa. Y en esto del cáncer, si.

El cáncer y las palabras. EFE salud

El cáncer y las palabras

Los pacientes de cáncer, en muchos momentos del proceso de su enfermedad, lo experimentan como un derecho propio, con un fuerte sentido de tenencia, una propiedad que es de cada uno de ellos, personal e intransferible.

Por tanto, los especialistas tienen varios frentes abiertos: el aspecto médico: curar, el aspecto personal: empatizar. Difícil acompasar estas coordenadas. Desde mi punto de vista la palabra ayuda. Y me consta que el verbo más repetido es tener: «tiene un tumor, tiene que quedarse, tengo cáncer…».

Posesión, posesión pura y auténtica. Como filóloga aconsejo utilizar sinónimos porque tendendes al empleo abusivo de los verbos baúl, aquellos en los que todo cabe y nada o poco significan; pero en este caso que nos ocupa, el verbo tener adquiere una categoría gramatical muy real y auténtica.

Busco otros sinónimos más o menos semejantes y no me cuadran: «posee cáncer de mama, cuento con cáncer de pulmón»… no, no funcionan en el registro idiomático.

Y si seguimos con verbos al respecto, llegan «dar» y «recibir» según la implicación de cada uno y el punto de vista que se adopta en la interacción lingüística: «me dan radio, recibo quimio, le daremos una pastilla… «, suma y sigue.

¡¡Qué duro se hace el lenguaje!! Esos verbos, tan comunes y cotidianos, que resultaban casi nada rentables semánticamente, que poco aportaban a la comunicación habitual, ahora se erigen en amos indiscutibles en el devenir de la enfermedad.

Shut up and with a tight mouth, aguantando la pena propia y ajena, nos miramos de soslayo en la sala de espera y con la respiración contenida, intentamos adivinar en qué fase de tratamiento se encuentra el otro, la otra: sin mascullar palabra, los silencios son elocuentes y cobran inusitada importancia; ojos escrutadores, cejas dibujadas, gestos disimulados, exhibimos un bonito colgante en el brazo, el famoso picc o bien un catéter a modo de collar, hickman, lo llaman. Observamos si seguimos la moda de toques o lucimos esplendorosa calvas.

Pero eso sí, nos reservamos artillería para todo aquel que nos venga con naderías y milongas; adoptamos una actitud de «sabiondismo» y de vida, de sufrimiento físico y mental que se reflexa en el lenguaje verbal y no verbal: onomatopeyas, monosílabos, pausas más que estruendosas en las conversaciones insulsas o diálogos quejicas; aguardamos nuestro momento para asestar la puñalá trapera, porque «te vas a enterar de lo que me pasa»… gilipolleces las justas.

A quienes hemos padecido cancer, se nos cambia el gesto y la voz, la mirada y el ser. Al menos durante un tiempo, algunos se convierten en «superhéroes» y adoptan poses y terminología de un exacerbado buenismo, otros revientan en inadecuados por la furia contenida.

El lenguaje y el cáncer forman un matrimonio peligroso, no sé si se avienen y mucho menos si el acepta y adopta como suyo ese nuevo idioma: es un injerto, un aditamento que no he comprado, un accesorio necesario en el atuendo.

Una hematóloga en mi habitación aislada del hospital en el que me curaron de mi cáncer, me confesó: «she, Pilar, tener leukemia, es una putada».

Ni más más, ni más menos. La palabra siempre al auxilio del paciente… «porque yo lo valgo».

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