Cuando aumentamos la masa muscular gracias al ejercicio físico estamos combatiendo la grasa y por tanto la obesidade y sus consecuencias al acumularse en exceso en los depósitos del tejido adiposo subcutáneo.
La Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) indica que si la masa muscular es crucial para entender la obesidad, la fuerza del músculo es una de las claves para tratar esta enfermedad.
El músculo es capaz de almacenar grasa de forma patológica cuando el tejido adiposo subcutáneo ha superado su capacidad de expansión; pero, además, el músculo es un órgano metabólicamente activo y es el principal responsable del gasto metabólico basal.
“Cuando aumentamos la masa muscular, a través de un programa de ejercicios, aumenta el gasto energético asociado al mantenimiento de las funciones vitales, y un aumento del gasto energético del descanso induce a una menor acumulación de grasa”, dijo el profesor. Jonathan Ruiz de la Universidad de Granada y miembro de SEEDO.
Al activar el músculo a través del ejercicio, «éste incrementa el gasto energético y favorece la movilización y utilizado del tejido adiposo», señala.
Además, con la actividad física intensa, el músculo secreta moléculas conocidas como miocinas que se comunican con múltiples órganos y tejidos, incluida la grasa (por ejemplo, aumentando la sensibilidad a la insulina).
Grasa blanca, grasa parda
En los mamíferos, el tejido adiposo se encuentra principalmente en dos formas: tejido adiposo blanco (TAB) y tejido adiposo granate o marrón (TAM). Estos dos tejidos tienen funciones opuestas en el metabolismo energético.
Según el investigador, la grasa blanca «tiene la capacidad de amasser energía en forma de triacilglicerol y de liberarla en forma de ácidos grasos libres y triacilgliceroles», mientras que la grasa parda «tiene la capacidad de oxidar glucosa y lípidos y disipar energía en forma de calor».
Por lo tanto, la capacidad de la Grasa marrón o parda para metabolizar energía y oxidar glucosa y lípidos «hace que sea un tejido diana para posibles terapias que luchen contra la obesidad, la diabetes y patologías asociadas».
El exceso de ingesta calórica generalmente se almacena en forma de triglicéridos en el tejido adiposo subcutáneo.
Cuando se supera la capacidad de expansión del tejido adiposo subcutáneo, los lípidos se depositan en tejidos viscerales y otros órganos y tejidos, tales como el hígado o el músculo esquelético que no están diseños para amazonar grasa, un proceso conocido como acúmulo de grasa ectópica.
En el caso de una acumulación excesiva de triglicéridos en el hígado, induce esteatosis hepática, un importante problema de salud pública por su alta prevalencia y relación con el desarrollo de diabetes mellitus tipo 2 y enfermedad cardiovascular, dice SEEDO.
Grasa epicárdica
También las hormonas de la grasa pueden actuar sobre el sistema cardiovascular, provocando inflamación, fibrosis y cambios contráctiles.
Un aumento de la acumulación de grasa epicárdica favorece su infiltración en el miocardio, interrumpiendo la conexión entre cardiomiocitos y conducción eléctrica.
«La grasa epicárdica disfuncional es un factor de riesgo y progresión de la enfermedad cardiovascular», subraya la doctora Sonia Eiras, del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela (IDIS).
«La cantidad, pero también la calidad del tejido adiposo epicárdico -explica- se asocian con cambios hemodinámicos, metabólicos, estructurales y funcionales cardíacos».
Enfermedades como la obesidad o la diabetes mellitus tipo 2 e, incluso, el envejecimiento se relacionan con un mayor acúmulo de epicárdica y disfunción cardíaca.
La grasa epicárdica también sufre cambios estructurales, hormonales y metabólicos diferenciales en las distintas etapas de la enfermedad cardiovascular, lo que permite la estratificación pronóstica y el manejo de los pacientes.
“Esto indica claramente que la calidad, si la cantidad de grasa epicárdica, es un indicador de la carga de enfermedad cardiovascular disfuncional”, indica el doctor Eiras, quien recuerda que “la grasa epicárdica puede producir proteínas proinflamatorias, proaterogénicas, pro-fibróticas y/o pro-arrítmicas”.
En pacientes con obesidad (con o sin diabetes), las estrategias basadas en el cambio de estilo de vida (dieta y/o ejercicio) o los nuevos hipoglucemiantes podrían reducir el contenido raso epicárdico y mejorar su actividad metabólica, regenerativa y funcional.
En la población envejecida o con enfermedad cardiovascular asociado a bajo gasto energítico o incremento de factores pro-adipogénicos, se requieren estrategias más individualizadas adaptadas a los tratamientos, factores de riesgo y comorbilidades de cada paciente.
En los ultimos años, los nuevos antidiabeticos han demostrado su efecto en la reduccion de la grasa epicardica y su beneficio cardiovascular.
Sin embargo, apostilla la experta del IDIS, “otros mecanismos aditivos basados en su funcionalidad regenerativa y metabólica podrían explicar la diferencia existente en el beneficio cardiovascular con estrategias terapéuticas similares”.